Los orígenes de esta tradición se remontan al año 1515 cuando una gran sequía castigó duramente los campos de cultivo de Tarazona, poniendo en grave peligro la economía.
Por ello, los agricultores decidieron emprender su peregrinación hasta el Santuario de Nuestra Señora del Moncayo, a 35 kilómetros de Tarazona y a una altura de unos 1.800 metros.
Tras dos días de romería y plegarias hasta llegar a lo más alto, regresaron a la localidad, donde fueron recibidos con una procesión de los vecinos, que aguardaban su vuelta en el Crucifijo, un templete a las afueras de Tarazona.
Un día después se obró el milagro y llovió. Los campos de cultivo se salvaron y los agricultores, en señal de agradecimiento, decidieron regresar al santuario cada año, el primer domingo de julio de la manera más fiel posible a sus inicios.
Ahora, 500 años después vecinos no solo de Tarazona, sino del resto de localidades unidas por el Moncayo, tanto aragonesas como de Soria, participan en esta peregrinación. Lo que antes tardaban dos días en recorrer, hoy apenas se termina en media hora, con lo acortado con el coche.
Se desconoce la fecha en la que la romería adquirió su nombre. Pero ‘quililay’ referencia al sonido del tambor y la trompeta marcando el paso en la romería. Instrumentos que todavía se mantienen, a la cabeza de los romeros.
Circunstancias especiales por motivos de seguridad
Este año, el Covid-19 ha obligado a cancelar la peregrinación. La imagen de la Virgen del Moncayo, que habitualmente se guarda en San Martín y se lleva hasta el santuario una semana antes, está ahora en la catedral de Tarazona.
Tras unos días, se trasladará a Lituénigo y Litago y después volverá a San Martín de la Virgen del Moncayo, donde permanecerá hasta el año que viene.